domingo, 4 de enero de 2015

Agosto

En este mes, nuestro personaje vuelve de sus aventuras, pero aún ha de sufrir otro episodio que le ayudará a afrontar las vicisitudes que le deparará la vida. Llamemos pues a este episodio:

La vuelta remojada

Miraba hacia el cielo mas que al mar, pues la monotonía del agua, salvo algunas veces las olas embravecidas que chocaban contra el casco del buque, hacía aburrido el viaje; así que mirar las nubes e imaginar sus formas caprichosas, me lo hacía menos tedioso.


Unas dos semanas de navegación me parecía poco si lo comparaba con los siete meses que pasé por tierras desconocidas, pero el no hacer nada más que comer, leer y mirar por encima de la borda, me impacientaba.

Pero todo tiene su principio y su fin, así que el 3 de agosto volví de América, precisamente el mismo día que Cristóbal Colón salió hacia allá desde el Puerto de Palos en el 1492.

Mi barco, que sin ser moderno tampoco podía decirse que fuera antediluviano, atracó en un pequeño puerto de Tarragona, lugar precioso y no muy lejos de casa de mis padres a donde me dirigiría la semana que viene, ya que antes quería descansar un poco e incluso vivir de cerca las fiestas típicas estivales en un pueblo costero español.

Así que lo primero que hice fue alojarme en un espléndido hotel, que muy cerca de allí se encontraba, para descansar algo y darme una buena ducha.

Por la mañana me dirigí al comedor para desayunar y tratar de recuperar energías, así como empezar a rellenar un poco el esqueleto que por el viaje unos cuantos kilos había perdido.

Al entrar al comedor, un amable recepcionista me atendió:

-       ¿Viene sólo?, ¿Prefiere sentarse fuera o dentro? – Me preguntó con una amplia sonrisa tratando de que me se sintiera cómodo.
-       Fuera por favor. – Le respondí con otra sonrisa como queriéndole devolver su atención

Mi desayuno se alargó mucho y no porque tardaran en atenderme, sino porque relajadamente quería observar las diferencias entre unas gentes y otras distribuidas por el mudo. Y que grato me fue, pues observado a Silvia, pues así decía su placa de identificación, comprobé que su simpatía, amabilidad, responsabilidad ante su empresa tratando de que el cliente saliera contento de su estancia en el hotel y su trato humano ejemplar, la mujer española es una referencia que muchas culturas podría tener como modelo.

Y por supuesto, la belleza de mis compatriotas no tiene nada que envidiar a  mujeres de otras naciones. Yo diría que aunque en esta ocasión no pasé por Italia, son las de esa nación las que más se nos parecen.

En fin que terminé de desayunar, saludé a Silvia y salí a tratar de llegarme a ese pueblo costero donde ese mismo día se daba el inicio de las fiestas.
Por el camino me encontré con unos payeses que volvían de su finca en las afueras y me gustó hacer el corto camino juntos.

Al saber de mis aventuras recientes, aquellos labriegos me consideraron como si de un héroe se tratara, y tuvieron la gentileza de invitarme un par de días a casa de uno de ellos para así poder vivir de cerca las fiestas de su pueblo.

Dejaron el carro en un limpio y ordenado cobertizo y a mi alojado en una habitación que daba al patio de la casa solariega. Y esta vez no tuve que cargar con mi macuto ni máquina de filmar, pues me los dejé en la habitación del hotel a donde pretendía volver pasado mañana por la noche.

Aquella tarde después de comer con mis nuevos amigos, salí a dar un paseo por los alrededores, y qué maravilla, un pequeño lago en la parte norte del pueblo estaba precioso, y eso que no era época para que anidaran allí aves acuáticas, como si de un humeral se tratara.

Me senté sobre unas cajas de madera que había junto a la orilla y allí, tomando notas de cuanto viví días atrás, pasé un buen rato.

Me acosté no muy tarde, no sin antes haber entablado conversación con algunos jóvenes del lugar y haber tomado unas copas juntos.

Al día siguiente, ya de primera mañana nos volvimos a ver, pues entusiasmados con mi experiencia querían saber más, y por mi parte también me interesó el saber de sus costumbres.

Estuvimos todo el día de acá para allá, de un bar en otro tomando copas y comiendo, si bien no una comida formal, sino a base de tapas entre copas de vino, eso sí, nada de licores con alta graduación ni cerveza por mi sabrosa y fresca que fuera.

Y también, también, … ¡qué se yo que más hicimos!, solo recuerdo una fuente en medio de la plaza del pueblo donde me caí o me tiraron, la verdad es que apenas lo recuerdo.

¡Ah!, y un cubo en mi cabeza, que sentado sobre una valla trataba de que no se me cayera y también de no caerme yo.

Aquella ropa no era la mía, sino la de un amigo que también formaba parte de la pandilla que tan animadamente celebramos las fiestas el día anterior.

Me cogí al árbol que cerca tenía y me bajé con más dificultad de la que estando sobrio, o al menos sin resaca, hubiera tenido.

Abajo tendidos en el suelo se encontraban dos amigos más, o mejor dicho conocidos, pues la juerga compartida durante un día, no le da categoría de amigos. Pero bueno, ¿qué importancia tiene la denominación?

Les pregunté, cuando consiguieron espabilarse, que dónde estaba mi ropa y máquina de filmar.

Me respondieron que mi ropa la tenía puesta Jacinto, y que probablemente estaba igual que yo, como una cuba, encima del cobertizo de la bodega.

Efectivamente, allí se encontraba ya despierto, pero sin fuerzas para bajarse, y tampoco sin ideas pues le habían retirado la escalera después de subirlo. Pero para eso están los amigos, para ayudar. Por lo que entre todos conseguimos bajarlo, aunque fuese cogiendo una manta entre cuatro y pidiéndole que se tirara.

Nos fuimos al lago a bañarnos y después de habernos secado al sol, nos vestimos cada uno con su ropa y ¡hala, hasta el próximo año!

Seguro que yo no volvería, pues no soy amante de esas borracheras, que por una vez, vale, pero repetir, eso ya no.

Me dirigí al hotel, pasé allí aquella noche, y al día siguiente después de pagar la cuenta, me marché a casa de mis padres.

-       ¡Hijo, pero como vienes! – Me dijo mi madre nada más al verme entrar, y continuó – Si has perdido más de diez kilos, ¿estás bien?
-        
No me dio tiempo a contestar, pues mi padre también me acribilló a preguntas, entre la que estaba, como me esperaba: - ¿Y qué has aprendido?

-       Muchas cosas, papá. Pero sobre todo, a que por todas partes hay gente buena y mala. Y que son más las que tratan de ayudar, que las que tratan de aprovecharse de ti. Eso sí, hay que saber distinguir unas de otras, y eso ha sido unas de las cosas que he experimentado, aunque haya corrido algún peligro en ocasiones. Pero como veis, estoy muy bien, algo más delgado, pero muy bien.

Por cierto, ¿recibisteis el paquete que os mandé en mayo?