Por último, Manolo queriendo olvidar ese pensamiento aventurero macabro
del mes pasado, quiso ir al polo opuesto, su niñez. Así que se imaginó una
aventura que podría haber sucedido en el mes de la Navidad. Veamos pues que aventura les pasó a quienes
le llevaron a él los regalos navideños.
Los Papá Noel lo celebraron entre ellos
El año se acaba cuando se termina la Navidad. Pero la Navidad, a muchos
les parece eterna, pues los pocos días que dura les parecen demasiados; ya sea
porque se encuentran solos y les trae recuerdos de años felices pasados, o
porque en la mayoría de los casos tienen que trabajar de lo lindo.
Cosa esta última que les sucede, a los carteros, a los dependientes de
establecimientos de regalos, ropa, juguetes, etc. etc,, y como no, a los que
iluminan nuestras calles y plazas para que todo resulte entrañable, vistoso y
motive a la felicidad comprando.
Y entre ese grupo, afortunados ahora por la dificultad de encontrar
trabajo, están los Papá Noel. Esos personajes vestidos de rojo con ribetes blancos
y un gorro como aquellos que nuestros bisabuelos se ponían para irse a dormir.
Claro, que tanta abundancia de gentiles benefactores, dio lugar a ciertos
problemas en un delicioso pueblo a
orillas del Mediterráneo. Veamos pues qué pasó.
Ya estaban preparados los renos para que en sus trineos cargasen los
juguetes que habrían de repartir a los niños que se habían portado bien aquel
año. Sin embargo, era tanta la demanda de Papa Noeles, que hubo de hacerse unas
pruebas de aptitud para escoger a los mejores.
Así que sin tratar de perder tiempo, organizaron las pruebas de
selección en unas casas que aunque habitadas, llegaron a un acuerdo con sus
moradores para que se marchasen unos días a un hotel a gastos pagados y así
evitar la suspicacia de los niños que allí vivían.
Los anunciaron en una página web y a los diez minutos, ya se habían
apuntados más de cinco mil voluntarios. Por consiguiente, la convocatoria no
duró más de una hora, pues las pruebas les desbordarían y no daría tiempo de
llegar al 24 de diciembre con la plantilla adecuada para dar respuesta a las
solicitudes de regalos para los niños que se portaron bien.
Ya avisados los inscritos para empezar las pruebas, se empezó por ver
quienes se aguantaban en una ventana sin caerse mientras que sujetando los
regalos, abrían los ventanales con el gorro y los hombros. De los cincuenta
mil, diez mil fueron eliminados.
La segunda prueba consistía en subirse a los tejados escalando por las
lisas paredes de la casa. Así que cogiéndose a una delgada cuerda, los cuarenta
mil restantes se dispusieron a hacerlo.
A unos porque la cuerda les hacía rozaduras y a otros porque les daba
vértigo, los aspirantes al puesto se redujeron a la mitad.
De todos modos, aún quedaban ilusionados veinte mil. Pero no las tenían
todas consigo, ya que la última prueba era la más difícil, el bajar desde los tejados
hasta los balcones sin que se les cayeran los juguetes, y por supuesto, sin
hacer ruido.
Y como se pensaba, allí se produjo la escabechina. Tan solo pasaron al
prueba ciento tres, Tres más de los que se pensaba contratar.
Así que había que eliminar a tres de los que superaron las pruebas.
¿Cuáles serían? Con el miedo aún en el cuerpo, estaban delante del Comité de Selección;
sin embargo, poco les duró la congoja, pues el presidente sin querer demorar más las
pruebas ya que aquella misma noche deberían cargar los trineos y salir volando
a repartir los juguetes, los admitió a todos.
Aquellos fue un estruendo en gritos y aplausos. Todos se felicitaban
unos a los otros, así que decidieron abrir unas botellas de cava para celebrarlo y
darse unos bailecitos entre los Papa Noel chicos y chicas.
Bebieron y bailaron tanto, que se cansaron de lo lindo, por lo que tratando de descansar un ratito, se quedaron dormidos
Los
ayudantes, que por cierto no participaron en la celebración improvisada, no
sabían donde estaban y se preguntaban unos a otros qué les podría haber pasado, pues pronto amanecería y los juguetes aún estaban sin cargar en los trineos.
Y lamentablemente, cuando se despertaron los Papás Noel de la resaca, ya
era de día. Así que en vez de ir hacia los almacenes de distribución, se fueron
directamente a la puerta de la calle, en donde les esperaba el presidente de la
organización con un gigantesco pie embutido en una bota que estrellaba en el
culo de cada unos de los que deberían haber repartido en la Noche Buena los
juguetes a los niños.
Niños precisamente muy tristes, pues miraban por todas partes y no veían sus regalos.
-¿Mamá me he portado mal? Decían a sus padres la mayoría de ellos.
Y no sabiendo qué contestarles para no desprestigiar a los Papa Noel,
fueron corriendo en busca del Príncipe y la Princesa para que le dieran una
solución a aquella tragedia.
Como buenos futuros reyes, le dijeron, que si los encargados de
compensar a los niños buenos no lo habían hecho, ellos mismos se ocuparían de
repartir los regalos. Eso sí, sería por la tarde y a la vista de todos.
Dicho y hecho, en menos de dos horas estaban los príncipes repartiendo
los regalos. Pero esa respuesta tenía una condición; que solo fueran una parte
de los regalos y que el grueso lo repartieran los Reyes Magos el día cinco de
enero.
Todos contentos, y los niños más. Aquella tarde pudieron saborear el
fruto de haberse portado bien todo el año. Pero sobre todo, les cabía aún la
ilusión de recibir más regalos el Día de Reyes.
Así que los Reyes Magos tuvieron doble trabajo, la de los niños que
siempre les habían sido fieles, y los de aquellos que queriendo emular a los de
otros países decidieron en su día encargar los regalos a los Papá Noel o, a Santa
Claus.