domingo, 4 de enero de 2015

Diciembre

 Por último, Manolo queriendo olvidar ese pensamiento aventurero macabro del mes pasado, quiso ir al polo opuesto, su niñez. Así que se imaginó una aventura que podría haber sucedido en el mes de la Navidad. Veamos pues que aventura les pasó a quienes le llevaron a él los regalos navideños.


Los Papá Noel lo celebraron entre ellos


El  año se acaba cuando se termina la Navidad. Pero la Navidad, a muchos les parece eterna, pues los pocos días que dura les parecen demasiados; ya sea porque se encuentran solos y les trae recuerdos de años felices pasados, o porque en la mayoría de los casos tienen que trabajar de lo lindo.

Cosa esta última que les sucede, a los carteros, a los dependientes de establecimientos de regalos, ropa, juguetes, etc. etc,, y como no, a los que iluminan nuestras calles y plazas para que todo resulte entrañable, vistoso y motive a la felicidad comprando. 

Y entre ese grupo, afortunados ahora por la dificultad de encontrar trabajo, están los Papá Noel. Esos personajes vestidos de rojo con ribetes blancos y un gorro como aquellos que nuestros bisabuelos se ponían para irse a dormir.

Claro, que tanta abundancia de gentiles benefactores, dio lugar a ciertos  problemas en un delicioso pueblo a orillas del Mediterráneo. Veamos pues qué pasó.

Ya estaban preparados los renos para que en sus trineos cargasen los juguetes que habrían de repartir a los niños que se habían portado bien aquel año. Sin embargo, era tanta la demanda de Papa Noeles, que hubo de hacerse unas pruebas de aptitud para escoger a los mejores.

Así que sin tratar de perder tiempo, organizaron las pruebas de selección en unas casas que aunque habitadas, llegaron a un acuerdo con sus moradores para que se marchasen unos días a un hotel a gastos pagados y así evitar la suspicacia de los niños que allí vivían.

Los anunciaron en una página web y a los diez minutos, ya se habían apuntados más de cinco mil voluntarios. Por consiguiente, la convocatoria no duró más de una hora, pues las pruebas les desbordarían y no daría tiempo de llegar al 24 de diciembre con la plantilla adecuada para dar respuesta a las solicitudes de regalos para los niños que se portaron bien. 

Ya avisados los inscritos para empezar las pruebas, se empezó por ver quienes se aguantaban en una ventana sin caerse mientras que sujetando los regalos, abrían los ventanales con el gorro y los hombros. De los cincuenta mil, diez mil fueron eliminados.

La segunda prueba consistía en subirse a los tejados escalando por las lisas paredes de la casa. Así que cogiéndose a una delgada cuerda, los cuarenta mil restantes se dispusieron a hacerlo.
A unos porque la cuerda les hacía rozaduras y a otros porque les daba vértigo, los aspirantes al puesto se redujeron a la mitad.

De todos modos, aún quedaban ilusionados veinte mil. Pero no las tenían todas consigo, ya que la última prueba era la más difícil, el bajar desde los tejados hasta los balcones sin que se les cayeran los juguetes, y por supuesto, sin hacer ruido.

Y como se pensaba, allí se produjo la escabechina. Tan solo pasaron al prueba ciento tres, Tres más de los que se pensaba contratar.
Así que había que eliminar a tres de los que superaron las pruebas. ¿Cuáles serían? Con el miedo aún en el cuerpo, estaban delante del Comité de Selección; sin embargo, poco les duró la congoja, pues el presidente sin querer demorar más las pruebas ya que aquella misma noche deberían cargar los trineos y salir volando a repartir los juguetes, los admitió a todos.

Aquellos fue un estruendo en gritos y aplausos. Todos se felicitaban unos a los otros, así que  decidieron abrir unas botellas de cava para celebrarlo y darse unos bailecitos entre los Papa Noel chicos y chicas.

Bebieron y bailaron tanto, que se cansaron de lo lindo, por lo que tratando de descansar un ratito, se quedaron dormidos
Los ayudantes, que por cierto no participaron en la celebración improvisada, no sabían donde estaban y se preguntaban unos a otros qué les podría haber pasado, pues pronto amanecería y los juguetes aún estaban sin cargar en los trineos.


Y lamentablemente, cuando se despertaron los Papás Noel de la resaca, ya era de día. Así que en vez de ir hacia los almacenes de distribución, se fueron directamente a la puerta de la calle, en donde les esperaba el presidente de la organización con un gigantesco pie embutido en una bota que estrellaba en el culo de cada unos de los que deberían haber repartido en la Noche Buena los juguetes a los niños.

Niños precisamente muy tristes, pues miraban por todas partes y no veían sus regalos.

-¿Mamá me he portado mal? Decían a sus padres la mayoría de ellos.


Y no sabiendo qué contestarles para no desprestigiar a los Papa Noel, fueron corriendo en busca del Príncipe y la Princesa para que le dieran una solución a aquella tragedia.

Como buenos futuros reyes, le dijeron, que si los encargados de compensar a los niños buenos no lo habían hecho, ellos mismos se ocuparían de repartir los regalos. Eso sí, sería por la tarde y a la vista de todos.


Dicho y hecho, en menos de dos horas estaban los príncipes repartiendo los regalos. Pero esa respuesta tenía una condición; que solo fueran una parte de los regalos y que el grueso lo repartieran los Reyes Magos el día cinco de enero.


Todos contentos, y los niños más. Aquella tarde pudieron saborear el fruto de haberse portado bien todo el año. Pero sobre todo, les cabía aún la ilusión de recibir más regalos el Día de Reyes.


Así que los Reyes Magos tuvieron doble trabajo, la de los niños que siempre les habían sido fieles, y los de aquellos que queriendo emular a los de otros países decidieron en su día encargar los regalos a los Papá Noel o, a Santa Claus.


Al año siguiente, casi ningún niño le pidió regalos a los hombrecitos de rojo con gorrito también del mismo color. Todos confiaron en los Reyes Magos