domingo, 4 de enero de 2015

Julio

En este mes, continuamos la aventura de nuestro personaje que decide ir a Norteamérica, más concretamente al Far West de EEUU . Llamemos a esta aventura:

Haciendo de extra

Aquella chica que tan maravillosamente bailaba, me cautivó, pero tuve que poner pies en polvorosa porque de haber seguido allí, o sería carne de salchicha o me vería con una corona de flores al cuello y bailando para los turistas.

Así que cogí el primer avión que salía para Estados Unidos de América y en menos de cinco horas allí aterricé.

Mi interés era el de participar como extra en la filmación de una película del oeste, así que me encaminé a Hollywood, que seguro que alguna productora encontraría en plena faena de rodaje.

Me subí al tren que me llevaría a la Meca del Cine, eso sí sin dejar mi macuto y máquinas que ya formaban parte de mí. La verdad es que aunque hice fotos durante el trayecto, tampoco muchas por la monotonía del paisaje, cactus y más cactus.

De todas maneras merecía la pena el viaje, ya que pasando por poblados mineros a la antigua usanza, los lavaderos de minerales merecía la pena filmarlos.

Pero pasados los poblados, más de lo mismo, rocas y más rocas.

A pesar de todo, me atraía el pasar al menos un día en una cabaña con aquellos rudos y fornidos hombres acostumbrados a pasar penalidades y trabajar buscando alguna que otra pepita de oro. Así que me bajé del tren en un apeadero y subí una colina hasta llegarme a una cabaña de troncos de madera donde vivían cinco mineros buscadores de oro.

Al principio me miraron de arriba abajo como diciéndome - ¡Lárgate forastero!   Pero al explicarles que solo trataba de conocer algo de su manera de vivir, me acogieron, no calurosamente, pero sí sin frialdad.

Me explicaron como con unas cribas portátiles, cernían las arenas que chorreando agua recogían con palas de las orilla del riachuelo y que minuciosamente las inspeccionaban por si hubiera alguna pepita de oro.


Lo cierto es que mientras que estuve allí, ninguna se dignó salir y lo que es peor, me dijeron que llevaban dos semanas que nada de nada.

A pesar de todo no perdían la confianza, pues el mes pasado tuvieron la suerte de encontrar unas cuantas, si bien lo único que consiguieron era poder seguir en su empeño un par de meses más.

Me llevaron también a que viera el lavadero y la noria. Aquello mereció la pena verlo y conocer la técnica. Pues el sacar las pepitas a base de cedazo, era solo para tanteo, porque la verdadera extracción minera se hacía de manera industrial más o menos rudimentaria.

Al día siguiente y a la misma hora, volví a coger el tren que me llevaría al famoso Hollywood. Y no me defraudó, pues andar por una de sus calles ambientadas en el más puro oeste de hace dos siglos, era alucinante.

Cuando llegué lo primero que hice fue dirigirme a los Estudios cinematográficos y preguntar en el centro de información sobre las producciones que se estaban realizando y cuyo tema era el western. Así que, con cierto asombro, entré por una humilde puerta donde indicaba que por allí se entraba en los Estudios.

Tuve suerte pues se había iniciado la filmación de una y precisamente necesitaban extras.

Allá que me fui y entré para tratar de conseguir participar en a misma,

-       ¿Qué sabe hacer? – Fue una de las primeras preguntas que me hicieron
-       Pues que pueda ser útil para la película, correr cargado, caerme, o mejor dicho tirarme por las laderas de los montes, remar a contracorriente en canoa, …
-       ¡Vale!, no siga. Vaya por esa calle y diga al conserje de la Nave 57, que le deje pasar. Luego vaya al almacén y diga que va de mi parte para que le den la ropa apropiada para la prueba que le vamos hacer saltando desde un balcón.

Ya empezaban a temblarme las piernas, y eso que aún no había visto ni el balcón ni donde habría de caer. Pero me repuse y mirando a un lado y otro, me dirigí al almacén, no siendo ello obstáculo para no ver a un conocido actor sentado en un banco tratando de conquistar a una bella mujer ligera de ropa.

No me costó trabajo encontrar el almacén, ni tampoco conseguir la ropa que habría de usar para la prueba. Así que la cogí y volví a ver a quien habría de hacerme esa dichosa prueba.

-       Venga por aquí. Me dijo sin tan siquiera mirarme. Y Continuó diciendo: - ¿Ve aquel balcón y un muñeco de paja?, pues sustitúyalo y haga lo que una chica que hay dentro de la habitación le pedirá.

Subí las escaleras que llevaban a una sala y entrando en ella vi que me esperaba una desangelada mujer con cara de pocos amigos.

-       Póngase esa ropa y salga al balcón, luego tírese por encima de la barandilla y caiga sobre la paca de paja que hay en el suelo. – Me dijo aquella mujer
-       Pero, ¿cómo me tiro, de pie, de cabeza, o de qué manera? – Le contesté con la voz cascada y que apenas me salía
-       Eso lo dejamos a su criterio, pues según lo haga así lo valoraremos

Me coloqué pegado a la baranda de madera, que por cierto estaba trucada para simular una rotura en el rodaje, y cerrando los ojos me lancé de cabeza con la idea de dar un giro en el aire y caer de espaldas.

-       - Muy bien. – Fue lo primero que oí después del tortazo que me pegué

Me levante, me miré todo mi cuerpo, supongo para ver si tenía todas mis partes y no se me había caído ninguna, y aspiré fuerte para tratar de relajarme. Y por último miré hacia el balcón desde donde me tiré para comprobar que la altura era tan espectacular como se veía desde allá arriba.

A continuación, como procedimiento rutinario, me pidieron que me hiciera una foto para graparla a mi expediente. Así que me dirigí a un estudio fotográfico y en un minuto ya estaba retratado para Hollywood.

Pues sí, me contrataron para hacer unos pequeños trabajos en aquella película.

Unas veces tenía que conducir una carreta cargada de bidones, y luego tírame desde el pescante en plena carrera.

Otra vez tuve que arrastrarme entre cardos, cactus y demás plantas agrestes, para tratar de llegar a la prisión y allí ayudar a escapar a un preso condenado a morir en la horca.

Pero como la fuga no fue posible, tuve que sustituir al actor en su escena de morir con un nudo al cuello.

Pero lo que más me llamó la atención fue la escuela que había, para a modo de guardería, tener allí a los niños de los actores, extras, técnicos y demás personas que trabajaban en la producción de las películas.

Y como todo tiene su fin, al cabo de tres semanas estaba de nuevo libre para recorrer de nuevo las tierras del Nuevo Mundo.

No quise alargar más mi estancia en EEUU, y subiéndome de nuevo al tren, me encaminé, a un conocido puerto de la zona este de ese país, para tratar de embarcarme para volver a mi España.