domingo, 4 de enero de 2015

Octubre


Nuestro personaje, Manolo, cumplió con lo prometido a Federico y Guillermo, lo de emplear los beneficios por la venta de la máscara de oro en hacer bien a los demás, y fue en la construcción de un Parque Temático Infantil. Después de esto, quiso llevar a cabo una vida normal, pero sintió de cerca un drama vecinal, una aventura dramática para su joven vecina.

Y como este cuento trata de ello, le llamaremos:


La enferma inaguantable

Tenía unos vecinos cuya hija se hacía notar por los gritos que se pian a través de las paredes que separaban los pisos.

Rabietamala, como así llamaron desde su más tierna infancia a aquella niña, llevaba a mal traer a sus padres. Y no es que ellos le pusieran ese nombre, pues se trataba de un mote a raíz de las continuas rabietas que cogía la niña.

Caprichosa hasta lo inimaginable, sus padres quisieron imponerse para tratar de doblegar a esa desesperante criatura, y para ello la dejaban que gritara, llorara y pataleara, antes que concederle el antojo que a la niña se le ocurría;  si bien para poderlo soportar, terminaron colocándose algodones en los oídos a fin de amortiguar el ruido de los berridos.

Pasando los años, y en vez de mejorar su manera de proceder con los demás, fue empeorando, tal fue así, que, por ejemplo, obsesionada con las arañas, no solo todas las lámparas de la casa tenían diseño de araña, sino que pidió que no se limpiara el polvo, pues así en los rincones proliferarían esos bichos de ocho patas inmundas.
Sus padres eso no podían admitirlo, pero la niña para salirse con la suya, simuló que enfermaba. Y como quiera que había que encontrarle una solución al capricho de Rabieamala, pactaron con ella otra alternativa. Encargaría a una empresa decoradora macabra, que colocaran varia arañas de plástico en el exterior de la casa, así como un murciélago en la entrada; que siendo del agrado de la niña, de inmediato sanó.

Pasaron los años y Rabietamala no cambiaba, al contrario, cada vez era más insoportable. Sin ninguna amiga ni amigo, tendría que ir al colegio acompañada por sus padre, a fin de impedir que los demás niños se mofaran de ella e incluso que le tiraran de los pelos. Corrijo, quiero decir a los colegios, porque apenas duraba un mes en uno, ya que sus maestros le suplicaban a los padres de la niña que se la llevaran a otro donde tuvieran más aguante.

Sin embargo, lamentablemente para sus padres, pronto se verían librados de tantos sinsabores, pues en un corto viaje que hicieron a Lourdes para pedir a la Virgen que hiciera un milagro para no tener que soportar las pataletas y rabietas de su hija, tuvieron un accidente de coche poco antes de llegar al Santuario. Siniestro con tan mala fortuna, que perdieron la vida los padres de la niña y ella quedó inválida de por vida.
Y es que como siempre, la niña, que viajaba en los asientos de atrás,  se encaprichó en colocarse delante, por lo que tratando de cambiarse pasando entre los dos asientos delanteros, cayó sobre su padre, el cual no pudo impedir dar un volantazo y salirse de la carretera. Salida que le llevó a chocar contra uno de los pocos árboles que habían por aquellos parajes. Cualquiera que lo viera, diría que ni queriendo hubiese sido posible estrellarse contra aquel árbol.

Tres días después, los padres eran enterrados en el cementerio de su pueblo y la niña, mejor dicho la jovencita, se encontraba en una cama postrada, y esta vez sin tener que fingir una enfermedad.

Su estado era tan lamentable, que parecía una de esas mujeres maquilladas para Halloween. Los médicos y enfermeras del hospital se apiadaron de ella de tal forma, que le atendían prestos a las peticiones de la joven lisiada.
¡Error!, pues diose cuenta ella rápidamente de que su aspecto conllevaba a corresponderle en cuantos caprichos se les antojaban.

Y claro está, en menos de dos semanas, los sanitarios agilizaron su alta médica para así verse librados de aquel tormento. Si bien la solución pasó porque se fuera a su casa y allí ser asistida por quienes bien pagados fueran a prestarle servicio. Y ello a expensas de que la niña hiciera perrerías como la de clavar clavos en las manzanas de postre.

Aquello no supuso problema económico para Rabietamala, pues a la muerte de sus padres heredó una sustanciosa cantidad de dinero que le permitió costearse las atenciones de ayuda a su minusvalía.

Aquel traslado no lo olvidarían los enfermeros que la llevaron a su casa. No paraba de insultarles si no la llevaban por el camino que ella quería, y además exigía que durante todo el trayecto la ambulancia no dejase de sonar la sirena.

Se supone que ya en su casa, y sin sus padres, dejaría descansar a quien con ella estuviera, pero no. Quienes le asistían se desesperaban, pues a pesar de estar bien remunerados, sus nervios a flor de piel, no soportaban más de un mes. Aunque como dicen, “se encontró con la horma de su zapato”. Y es que una de las asistentes la caló y encontró su punto débil.

Sabiendo de su carácter macabro, hizo que en la casa de enfrente anidaran un par de cuervos, y sin saberlo la joven, los alimentaban para que no se marchasen. Con tanta asiduidad lo hacía, que aquellos cuervos atrajeron a otros más, de forma que en quince días, los cuervos se acostumbraron a vivir allí.


A Rabietamala, le tranquilizaba la presencia de esos asquerosos pájaros, de esos de quienes dicen, que aunque los críes, te sacarán los ojos.

Tanto la serenaba la presencia de los pájaros carnívoros, que hasta llamó a una vecinita, para que le acompañara para ver como los pajarracos se paseaban por el tejado de la casa de enfrente, y así de esa manera compartir un ratito de felicidad.

De todas maneras, la joven, no conformándose con nada,  mantenía su plante déspota y tirana. Siempre quería más y más; de manera que pareciéndole su casa pequeña, y disponiendo de fortuna suficiente, se compró una torre. Que evidentemente, la decoró con las misma arañas que tenía en la anterior.

Parecía claro, que a casa más grande, más trabajo. Sin embargo, aquí no tenía por qué cumplirse esa regla de tres, pues como a Rabietamala la limpieza le daba “yuyu”, quienes la asistían también estaban libres de aquel trabajo. Claro que el hedor que se respiraba, no había quien lo soportara. Así que sacándole la legua a quienes le decían que olía mal, les tiraba todo aquello que podía alcanzar logrando así que la dejaran sola.



Y sola la dejaron, pues conociendo todo el mundo del carácter de la jovencita, nadie quería ir a trabajar en aquella casa. Lo que dio lugar a que enfermara de verdad, a que la debilidad se adueñara de su salud, y a que un frío día de invierno, la Parca, no sabemos si Cloto, Láquesis o Átropos, entrara y se la llevara con ella. Si bien, quienes las conocían dijeron que fue Átropos, pues era quien cortaba el hilo de la vida.



Y tuvieron que ser los Servicios Sociales quienes se ocuparan de darle sepultura, pues no tenía familia, y si la tenía no quisieron saber nunca nada de ella.



Claro que si hubo quienes se acordaron de la joven cuando se murió, los buitres. Aquellos pajarracos negros, no había día que no fuesen a su tumba a picotear sus restos y juguetear entre los huesos mondos y lirondos que de ella quedaron. Perdón, además los escorpiones.